sábado, 28 de agosto de 2010

El Poder en la Sombra

EL PODER EN LA SOMBRA
El Affaire Graiver

El caso Timerman es lo suficientemente complejo e importante para dedicarle un libro completo ("Punto Final", R. J.
Camps, Ed. Tribuna Abierta, Buenos Aires, 1982), pero sus vinculaciones con los Graiver eran tan estrechas que es imposible dar una idea completa de la organización sin dedicarle un capítulo al director de "La Opinión" de Buenos Aires. Apenas comenzó la investigación, Jacobo Timerman desapareció de su trabajo y fue muy difícil hallarlo. Finalmente se lo detuvo en su casa, adonde fuimos llevados por Enrique Jara Pagani, subdirector del diario. Cuando estuvo frente a mí le dije sinceramente: Timerman, usted se encuentra detenido para averiguar su vinculación con David Graiver, quien administraba los fondos de la organización terrorista montoneros. Está detenido por orden mía. Soy el coronel Ramón Juan Alberto Camps, jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires, que como usted sabe, actúa bajo el control operacional del comandante del I Cuerpo de Ejército. La detención se hizo efectiva en la jefatura de policía, donde habían sido trasladados otros presos por considerarse que los problemas iniciales de seguridad estaban superados, pues la detención de Timerman se produjo recién veinte días después de la de los primeros implicados en el caso. La reacción inicial de Timerman fue negar todo lo que lo pudiera relacionar con los Graiver. Más tarde, cuando recuperó su libertad, tomó una actitud común a todos los subversivos derrotados: se fue del país y desde el extranjero se dedicó a mentir insistentmente hasta que algo quedase pegado en los oídos del público. Una de las mentiras más inconsistentes fue la muerte de un supuesto compañero de celda. Los compañeros de celda de Timerman fueron el Dr. Raúl Bercovich, investigado por una causa paralela, y Juan Pallí. Ambos viven en la Argentina, y pueden confirmar que el trato que recibió Timerman fue el normal de todos los detenidos. También fue asistido por médicos y sacerdotes que pueden relatar la verdad sobre el trato que se le dio al periodista. Sin embargo, ninguno de los medios internacionales que tan rápidamente erigieron en héroe y víctima a Jacobo Timerman vino a la Argentina a averiguar objetivamente lo que había ocurrido. Se levantó una leyenda porque había muchos intereses que la necesitaban.
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Ahora veamos la verdad. Timerman tenía vinculaciones con el financista de los montoneros David Graiver y además instigaba a la actividad subversiva desde el diario "La Opinión", donde trabajaban muchos terroristas confesos. Entre los principales colaboradores de Timerman en su diario estaban Andrés Alsina Bea, militante del ERP que intervino y fue condenado por el secuestro y asesinato del industrial italiano Sallustro; Francisco Urondo, integrante de FAR, responsable entre otros hechos del asesinato del almirante Berisso; Juan Gelman y Miguel Bonasso, del nivel superior de la conducción de Montoneros; Tomás Eloy Martínez, apologista de Trelew, y muchos más. La tendencia ideológica de los colaboradores de Timerman se reflejaba naturalmente en los artículos del diario, tanto en las secciones de política nacional, internacional, como en las secciones y suplementos culturales. El editor responsable de todo el material era el mismo Jacobo Timerman.
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La estructura jurídica dentro de la cual se juzgaba a los implicados en el caso Graiver, y por consiguiente al señor Timerman, estaba dada por la ley 20.840, que castiga a quien, para lograr la finalidad de los postulados ideológicos de la subversión, "intente o preconice por cualquier medio alterar o suprimir el orden institucional y la paz social de la Nación por vías no establecidas por la Constitución Nacional y las disposiciones legales que organizan la vida política, económica y social de la Nación". La ley incluye expresamente "al que imprima, edite, reproduzca, distribuya o suministre, por cualquier medio, material impreso o grabado, por el que se informen o propaguen hechos, comunicaciones o imágenes de las conductas subversivas".
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Entre las acciones no relacionadas con los Graiver que Timerman confesó con orgullo, figura la fundación por él de la revista "Confirmado" para propiciar la caída del gobierno constitucional de Arturo Illia, tal como finalmente sucedió en 1966. Después de esta fecha, aparecen en "Confirmado" artículos en los que el director se vanagloria de haber propiciado y pronosticado el golpe de 1966, y de tener estrechos contactos con muchos de los militares que lo protagonizaron. En otras palabras, Timerman no creía en aquel tiempo que todos los militares argentinos fuesen "fascistas" ni sentía un respeto muy grande por el orden constitucional. Sin embargo, después de su liberación, se presentó ante la prensa internacional como un ferviente demócrata y acusó de "fascistas" a todas las Fuerzas Armadas argentinas. Por confidencias de un periodista de su diario, Timerman supo dónde estaba secuestrado el director de Fiat, Oberdam Sallustro, pero "no consideró importante" dar aviso a la policía. Sallustro murió asesinado por sus secuestradores. Sin embargo, el director de "La Opinión" también se presentó ante la prensa internacional como ferviente defensor de los derechos humanos. Pero para quien tiene memoria es fácil recordar que demostró muy poca preocupación por las víctimas de la subversión en el período 1971-74, y que en aquel tiempo su diario hablaba frecuentemente de "ajusticiados" cuando se refería a soldados muertos por terroristas. Tampoco se destacan mucho las noticias referidas a atentados, bombas o incendios terroristas. Su principal preocupación editorial de ese período era justificar la política devastadora de José Ber Gelbard -que el mismo gobierno peronista debió reformar drásticamente con el "rodrigazo"- y apoyar el avance táctico de los montoneros dentro del movimiento peronista. A través de los aportes que hacía su socio, David Graiver, se beneficiaba de los secuestros y extorsiones subversivos. Cuando la subversión fue derrotada en el país, Timerman se puso al servicio de los terroristas que actuaban en el extranjero. Pero sus mentiras tropezaron, durante una mesa redonda organizada por la Sociedad Interamericana de Prensa, con la refutación de todos los editores y periodistas argentinos que estaban allí. Durante el interrogatorio, Timerman admitió inicialmente que Graiver tenía participación en su empresa, un 4 % del diario, un 2 % de la imprenta, que provendría de un aporte hecho al iniciarse la empresa y cuyo monto "no recordaba exactamente". En cambio, otro socio -Jorge Rotemberg- figuraba con el 30 %. Todo esto no estaba claro para mí porque yo había oído de labios de Lidia Papaleo, que la mayor parte de las acciones de "La Opinión" pertenecían a los Graiver y que Rotemberg no era más que un testaferro de ellos. El mismo me aclaró este punto: Al crear Olta S. A. recibí de David Graiver el primer aporte de capital. Este fue administrado por Jorge Rotemberg, al igual que el resto de los aportes que el mismo Graiver realizó hasta su desaparición... El total del capital para la creación de "La Opinión" fue aportado por David Graiver, y no como manifesté antes. La distribución del paquete accionario fue acordado con David Graiver y Jorge Rotemberg en los siguientes porcentajes: 45% para mí; 45% para David Graiver y 10% para Rotemberg. Pero esos no fueron los porcentajes denunciados ante el Registro de las Personas Jurídicas. En este registro figura Oscar Marastoni como poseedor del 75 %. . . Le pedí a Timerman que me hablara de su relación con David: En el mes de junio de 1976 vi por última vez a David. Fui a esa ciudad para editar allí un diario de las mismas características de "La Opinión". Cuando David se enteró de esa idea me buscó y me presentó a su abogado, Theodore Keel. Graiver se metía en todo, todo le gustaba y era un tipo medio delirante. Antes de esa fecha ya me había entrevistado con Graiver, en febrero, también en Nueva York. Cada vez que me citaba con él, los pasajes aéreos eran pagados con dinero de la empresa. Además de hablar del diario, tocamos temas políticos, económicos, relacionados con el país y su futuro. Graiver me dijo que sentía desconfianza, pero yo le contesté que de todos modos me quedaba en la Argentina. Al regresar de un viaje por Europa me enteré de su accidente. En Europa había ocurrido algo curioso: Graiver había dicho en muchos lugares que era él quien controlaba la empresa y que el diario también era de él. No le di importancia porque muchas veces ocurre esto en el periodismo. Por ejemplo, cuando hice la revista "Confirmado" para preparar el golpe que derrocó a Arturo Illia, todo el mundo decía que la revista era pagada por Gelbard. Graiver, no sé por qué, tenía siempre la costumbre -sobre todo cuando estaba en el extranjero- de decir que manejaba la empresa y que el diario era de él. En una oportunidad, al volver de uno de sus viajes, supe que un señor llamado Garzón Maceda había pedido una entrevista con Rotemberg, y le ofreció comprar el diario por tres millones de dólares. Rotemberg dijo que tenía que consultar conmigo, que era quien poseía la mayoría de las acciones, pero su interlocutor le respondió que ellos tenían información distinta, que tanto Rotemberg como yo teníamos la minoría. Para mí, toda esta historia de "no darle importancia" a las declaraciones de Graiver según las cuales Timerman no era el dueño de "La Opinión", tienen un aire desconfiable y ocultan otros problemas más importantes. No conozco en absoluto la vinculación que pueda tener Graiver con Montoneros -siguió declarando Timerman- ni oí tampoco referencias sobre el tema. Las únicas dos o tres oportunidades en que hablamos sobre esto, Graiver, sin mencionar especialmente a montoneros, sino a "la pesada", me recomendó que no siguiera escribiendo cosas duras en el diario porque si no me iban a hacer la "boleta". Graiver aportó entre quince y veinte millones de pesos a mi empresa, pero los avales eran más importantes. Estos me los otorgó para Alemann y Co., que era la que imprimía el diario y que nos abrió un crédito por varios meses. Graiver me dio dinero y avales. Ahora tiene una minoría pequeña y las relaciones se deterioraron porque se restringieron los créditos bancarios, al punto que un giro de ellos al exterior por quinientos mil dólares, se lo robaron. Los finlandeses, que esperaban el giro por una venta de papel, hicieron pleito al banco Comercial de La Plata. Después del accidente aéreo nunca negué a Lidia Papaleo la participación de Graiver en mi empresa y considero que ella debe tener las acciones. No recuerdo que ella me haya preguntado alguna vez sobre esto. A Lidia Papaleo la vi una sola vez después de haber llegado al país. Recuerdo que me llamó y me pidió consejo. Le contesté que tenía que ver a un buen abogado para que manejara sus problemas. Después, nunca más la volví a ver. Sé que se enojó mucho a raíz de unos artículos publicados en mi diario, en los cuales se decía que Graiver no debía vender Papel Prensa. Respecto de esta empresa se sabía en el ambiente periodístico, de papeleras, y de compra y venta de papel, que la empresa era de César Civita. Cuando necesitó avales en el Banco Industrial, el ministro Gelbard no se los quiso dar, con lo cual Civita se sintió muy ahogado y tuvo que vender al asesor de Gelbard, David Graiver. Fue como un chantaje. No sé si Graiver y Gelbard son socios. Sé lo que puede recoger un periodista, chimentos, pero todo el mundo los confirma. No puedo indicar dónde hay un papel o una constancia de ello, pero era evidente, porque Gelbard y Graiver tenían una relación muy estrecha. Por otra parte, todo Buenos Aires comentaba que Graiver le debía a Gelbard una suma de dinero que éste había depositado en el banco y que nunca se la pagaron. Algunos hablan de un millón de dólares, otros de ocho o diez. No sé si fue Gelbard quien propuso a un señor Martínez Segovia como director de Papel Prensa. En los comunicados y los papeles oficiales siempre aparece Martínez Segovia como presidente o director de la empresa.
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Tuve más amistad con Graiver durante su primer matrimonio que después, cuando se casó con Lidia Papaleo. Mi relación con Lidia fue bastante mala porque no había afinidad. A mi mujer tampoco le gustaba. Las conversaciones eran muy violentas. Nos molestaba que fuesen tan violentas. No sé si actualmente tengo periodistas marxistas en el diario. Sí los he tenido en otra época, y muchos: marxistas y montoneras, como así también guerrilleros. En determinado momento casi se quedan con el diario. Por supuesto yo no sabía que eran montoneros y guerrilleros. Fue una época en que ninguno de los periodistas veteranos quería ir a trabajar a "La Opinión". Recuerdo que entre los montoneros estaban Miguel Bonasso, Victoria Walsh, Juan Gelman, Andrés Alsina. Respecto de mi negocio con David en Nueva York, él quería entrar en el diario que yo pensaba editar en ese país. Se contacto conmigo y me recomendó que viera a su abogado. Quería asociarme con una revista de allá que se llama "The Village Voice", asociarme con el señor Clay Fleux, que era el director en aquel tiempo. En realidad eran dos revistas, la que nombré y el "New York Magazine". El abogado de esas revistas era también abogado de Graiver. Después ocurrió el accidente. Con David también hablamos sobre la candidatura para presidente del general Lanusse. Yo consideré que el resultado de este "proceso" tenía que ser la continuidad de un candidato o dos aceptados por las Fuerzas Armadas. En las elecciones se tendría que elegir únicamente dos candidatos o uno, fijado por las Fuerzas Armadas. Esto es todo lo que tengo que decir.
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Importantes grupos financieros estuvieron directamente implicados en la gestación de los grandes movimientos revolucionarios modernos. La burguesía parisina, por ejemplo, apoyó la Revolución Francesa, y los consorcios de banqueros internacionales financiaron y apoyaron a Lenín en 1917. Por lo tanto no debe extrañar que en la Argentina, desde antes de 1973, hubo grupos económicos que apoyaron y fomentaron la subversión. Con el caso Graiver queda demostrado que entre la subversión marxista y algunos financistas hubo conexiones y coincidencia de intereses. Investigar los alcances de la participación de estas personas en la obra de disolución nacional que emprendió David Graiver (junto con Gelbard, Broner, Rubinstein, Rotemberg, Timerman), va a convertirse en una necesidad para esclarecer y purificar la convivencia entre los argentinos.
por Ramón J. Camps
Extraído del libro "El Poder en la Sombra" (El Affaire Graiver)


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