miércoles, 9 de diciembre de 2009

Soñadores

SOÑADORES
El siguiente es un brevísimo extracto del libro "El Mito del Siglo XX" de Alfred Rosenberg. En el mismo, se señala ese recorrido virtuoso que atraviesan las fuerzas anímicas que anidan en el alma humana, esos impulsos creadores de realidades que solo pueden emerger cuando la persona no se agota en el cerco que le tiende la realidad material. Superador de penurias mundanas, este pensamiento apunta precisamente a producir la resurrección del alma racial, negada por los dogmas humanísticos del igualitarismo aplanador, y obstruida por imposturas ideológicas que perturban su normal desenvolvimiento. Sólo el despertar espiritual puede forjar nuevas realidades que tengan por norte una vida íntegramente superadora de la actual y paupérrima condición humana. Polémica y excepcional obra como pocas, a cuyo autor le costó nada menos que la vida por escribirla. Merece algo de atención de nuestra parte.
Llegará alguna vez un tiempo en el que los pueblos venerarán a sus grandes soñadores como los más grandes hombres de realidades. Aquellos soñadores a quienes su anhelo les devino imagen, y esta visión, meta de la vida. Formada en idea cuando pasaron por este mundo como poseídos de la religión, filósofos, inventores y hombres de Estado creadores; en figuras plásticas, cuando eran al mismo tiem­po artistas que componían en palabra, tono o colores. El sueño del inventor es la primera exteriorización de una fuerza anímica, él orienta todos los movimientos interiores hacia una dirección, acrecienta en el tormento de la cognición de que la imagen interiormente tan visible no puede ser totalmente realizada, todas las energías anímicas y espirituales, y da a luz finalmente la acción creadora, en torno de la cual un nuevo tiempo gira como alrededor de su eje.
Antaño el espíritu nórdico soñaba junto al Mar Mediterráneo, en la Hélade, con la proximidad del sol, con el vuelo del ser humano por encima del Olimpo. Este anhelo creó el drama de Icaro. Y murió como éste, sólo para volver a constituir en otro lugar el pulso de la vida. Vírgenes del sol y de la espada envió el ser humano soñador a través de los aires, vio con tormenta y tempestad correr velozmente encima de sí a las Walkirias, y se trasladó luego a sí mismo hacia arriba, al Walhalla infinitamente lejano. El anhelo antiquísimo llegó a ser imagen en Wieland el Herrero; murió otra vez, para despertar a nueva vida en la habitación de Leonardo. De la imagen del poeta se hizo ahora voluntad que se traduce en la práctica. Una fuerte humanidad había ya aprehendido la naturaleza, y escuchando, le había, extraído con obediente mirada señorial sus leyes. Pero era aun demasiado temprano. Cuatrocientos años más tarde los soñadores del vuelo humano se apoderaron nuevamente de la arisca materia. Esta vez la materia fue vencida, condensada apropiadamente en energía motora, en impulso propulsor. Y un día voló brillante, veloz y dirigible una plateada aeronave a través de los aires, como un sueño de muchos milenios hecho realidad. Las formas de la realización fueron otras que los primeros soñadores las habían imaginado, la técnica estaba y siguió estando atada temporalmente, pero la fuerza ascensional anímico señorial era lo eterno, la inexplicable voluntad fijadora de metas y superadora de la gravedad terrena.
Otrora los hombres soñaron con un ser que todo lo veía y que todo lo oía. Lo llamaron el Zeus que por sobre las nubes del Olimpo tendía su vista sobre todo el país, o el Argus Panoptes designado para mirar. Sólo pocos tuvieron la audacia de pedir algo semejante para el ser humano. Pero estos pocos soñadores investigaban la esencia del dios lanzador de rayos y examinaban las fuerzas de la naturaleza que tan misteriosamente se descargaban. Y una vez, con ayuda de estas potencias, hablaron unos con otros, muy distanciados, solamente unidos a través de un alambre. Luego tampoco este alambre fue ya necesario. Torres altas, esbeltas, irradian hoy misteriosas ondas hacia todo el mundo y éstas se descargan a miles de kilómetros de distancia como canto o música. Nuevamente un audaz sueño se hizo vida y realidad.
En medio de un desierto, guerreros y conquistadores soñaron antaño con un paraíso. Este sueño de pocos se transmutó en el trabajo de millones. Desde un río al otro corría agua murmurante por zanjas en todas las direcciones, pero en líneas bien pensadas, a través del árido desierto. Y como impulsado por fuerzas mágicas reverdeció la amarilla arena y ondeaban campos de espigas preñadas de pesado fruto. Aldeas, ciudades surgieron, el arte, la ciencia floreció, hasta que sobre este paraíso creado como por arte de magia por una raza humana soñadora, pasaron ejércitos conquistadores que no conocían sueños, aniquilándolo todo. Se alimentaron aun de los frutos del país, pero no fueron capaces de soñar vívidamente. Los canales se obstruyeron de arena, el agua se estancó, corrió hacia atrás al lecho originario del río y desde allí fluyó al amorfo Océano Indico. Los bosques se achaparraron, los campos de trigo desaparecieron, en el lugar del pasto volvió a estar la piedra quebradiza y la arena huidiza. Los seres humanos degeneraron o se trasladaron a otros lugares, las ciudades se hundieron, el polvo pasó sobre ellas. Hasta que miles de años más tarde soñadores nórdicos excavaron la cultura petrificada de entre escombros y ceniza. Hoy se encuentra ante nuestros ojos todo el cuadro del paraíso pasado, un sueño terminado de soñar, que generó vida y belleza y fuerza mientras actuaba una raza que siempre de nuevo pudo soñar. Pero en cuanto las razas de prácticos (desprovistos de sueños) se hicieron cargo de la realización del sueño, junto con el sueño sucumbió también la realidad.
Así como en la Mesopotamia de fertilidad y poder, así una gran generación soñó en la Hélade la belleza y el Eros generador de vida; así soñó en la India y junto al Nilo el ser humano la disciplina y la santidad; así soñó el ser humano germánico el Paraíso del honor y del deber.
Al lado de los sueños que con la voluntad hacen surgir la fértil realidad y de los destructores desprovistos de sueños, también hay sueños aniquiladores. Estos son tan reales y a menudo tan fuertes como los creadores. Aun hoy se cuenta de los pequeños pueblos oscuros de la India, cuya mirada punzante hipnotiza víboras y pájaros y los fuerza dentro de las redes de los cazadores. Es conocido el sueño maligno pero enormemente fuerte de Ignacio, cuyo hálito destructor de almas aun hoy abruma toda nuestra cultura. Y también se conoce el sueño del gnomo negro Alberico, que maldijo el amor para obtener el dominio del mundo. En el monte Sión este sueño fue cultivado durante siglos, el sueño del oro, de la fuerza de la mentira y del odio. Este sueño empujó a los judíos alrededor de todo el mundo. Sin sosiego, fuerte en su sueño, de ahí también creador de la realidad, realidad destructora, el portador de malignas visiones de sueño vive y actúa aun hoy entre nosotros. Su sueño, hace tres mil años vivido por primera vez con toda potencia, había llegado a ser, después de muchos reveses, casi realidad: dominio del oro y del mundo. Renunciando al amor, a la belleza, al honor, solamente soñando el sueño del dominio egoísta, vil, deshonroso, el judío pareció hasta 1933 más fuerte que nosotros: porque habíamos dejado de realizar nuestro sueño, más aun, tratábamos torpemente de vivir el sueño del judío. Y esto ha conducido también al derrumbe alemán.
Hay para el ser humano sólo una culpa, la de no ser él mismo... Aún foráneas visiones de sueño inhiben en muchos casos su accionar anímico, por eso sea emprendida aquí la tentativa modesto-presuntuosa de asentar en contraste, como fijación de una meta ensoñadora real lo que ha sido expuesto como nuestro ser... El vuelo de Icaro se diferenció de la construcción del Zeppelin casi en todo; la voluntad, empero, que dio la orientación al afán, era semejante. Y una voluntad determinada, fundada sobre un claro ordenamiento jerárquico de los valores, apareada con la fuerza de intuición orgánica, también alguna vez, superando todos los obstáculos, impondrá su realización en todos los terrenos.

1 comentario:

  1. "El mito del siglo XX" es, más allá de su nordicismo exacerbado, la gran obra doctrinal de la centuria pasada. Es realmente impresionante la construcción de Rosenberg: ¡La historia del mundo desde una perspectiva racial!
    Lástima que no se pudo dedicar plenamente a la arquitectura y al dibujo. Esa era su vocación pero él se volcó a la política como exiliado del bolchevismo; él vio al judaismo entronizarse y por eso, se convierte en ferviente patriota alemán (recordemos que era un germano báltico nacido en Tallin, Estonia).
    Personalmente, descartando el exceso de nordicismo, aprecio con todo mi corazón la obra del pensador nacionalsocialista. ¡Qué paradójico el apellido Rosenberg en una victima de los infames juicios de Nuremberg! ¡Un genio enviado por Dios!
    Sin más, quiero recomendar la lectura integral de este gran autor. También recomiendo a Houston Stewart Chamberlain, maestro de Rosenberg, y a Degrelle si se quiere algo más cercano en el tiempo.
    Un abrazo a todos los camaradas...

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