martes, 17 de noviembre de 2009

Foucault e Irán

El Espíritu de un Mundo sin Espíritu
“...el Islam, en el año de 1978, no fue el opio del pueblo, porque fue el espíritu de un mundo sin espíritu”.
Lo que vio Foucault en 1978
En la plenitud del movimiento revolucionario contra el régimen autoritario del Shah, el filósofo francés Michel Foucault visitó Irán con el objeto de escribir una serie de artículos sobre el terreno, para el periódico italiano Corriere della sera. Para sorpresa de todos, se mostró deslumbrado por la fuerza del Islam, y llegó a calificar el estallido de la Revolución iraní como “el espíritu de un mundo sin el espíritu.” Para Foucault, la fuerza que llevó a personas desarmadas a enfrentase contra un estado corrupto y pro-occidental era una forma de “espiritualidad política” con raíces en el Islam shiíta. La promesa de la revolución —tanto para Foucault como para muchos activistas políticos iraníes, así como para las generaciones más jóvenes del mundo musulmán—, era esa participación política genuina que reemplazaría la indiferencia y característica de apatía de muchas sociedades modernas. Todo este movimiento estaba por convicciones éticas voluntariamente aceptadas, frente a los códigos omnipresentes de sistemas disciplinarios de vigilancia y de castigo, característicos de la sociedad occidental. Aunque Foucault se desilusionó rápidamente por los sucesos de febrero del 1979, continuó defendiendo el “potencial no realizado de la revolución” ante sus críticos, que lo acusaron de apoyar una teocracia represiva. En la conclusión del primer artículo publicado en el diario Corriere della sera el 1º de Octubre de 1978 Foucault rechaza toda solidaridad con el Shah: “...os ruego que no habléis en Europa de las circunstancias y desgracias de un soberano muy moderno para un país muy viejo. Lo que es viejo aquí en Irán es el Shah: cincuenta, cien años de retraso. Él tiene la edad de los soberanos predadores, él porta el sueño viejo de abrir su país por la laicización y por la industrialización. El arcaísmo, hoy, es su proyecto de modernización, sus armas de déspota, su sistema de corrupción”. En diversos artículos, Foucault valora altamente el deseo mayoritario de un “gobierno islámico” manifestado en las ciudades, Teherán y Qom, en las que realizó entrevistas a civiles. El Islam chiíta, dice el filósofo, presenta un cierto número de rasgos susceptibles de dar a la voluntad de “gobierno islámico” una coloración particular. En cuanto a la organización destaca la ausencia de jerarquía en el clero, independencia de unos religiosos en relación a otros, importancia de la autoridad puramente espiritual, que no obtiene sus prerrogativas de ninguna institución, sino de su mayor o menor conocimiento. Un “gobierno islámico”, sostiene Foucault, no es entendido en Irán como un régimen político en el que el clérigo desempeñaría un papel de dirección. La expresión designa dos órdenes de cosas: “una utopía”, declaran algunos, o “un ideal”, según la mayoría. En cualquier caso se hace referencia a una cosa muy antigua al mismo tiempo que muy alejada en el futuro: volver a lo que fue el Islam en tiempos del Profeta (saws). Según lo presenta Foucault, las directrices generales del Islam chiíta son las siguientes: El Islam valora el trabajo; nadie puede estar privado de los frutos de su trabajo; lo que debe pertenecer a todos (el agua, lo que está debajo del sol) no deberá ser apropiado por nadie. Para las libertades, ellas serán respetadas en la medida en que su uso no perjudique al prójimo; las minorías serán protegidas y libres de vivir a su manera a condición de no perjudicar a la mayoría; entre el hombre y la mujer, no habrá desigualdad de derechos, sino diferencia, puesto que hay diferencia de naturaleza. Para la política, que las decisiones sean tomadas por la mayoría, que los dirigentes sean responsables ante el pueblo y que cada uno, como está previsto en el Corán, pueda levantarse y pedir cuentas al que gobierna”. Los estudiosos de su filosofía se han mostrado desconcertados por la euforia de Foucault ante las perspectivas de un gobierno islámico. Este es uno de los más hermosos capítulos del encuentro entre el islam y el pensamiento posmoderno. Foucault, como crítico de la cultura occidental, de la sociedad de control (control que se muestra en todos los niveles: de la natalidad, del cuerpo, del tiempo, de la historia) y el sistema carcelario, no pudo sino sentir que los principios del Islam habrían de traer una nueva dinámica a las sociedades posmodernas. De ahí sus sorprendente modo de calificar la revolución iraní como “la primera revolución post-moderna de la historia”. Una revuelta contra el “sistema planetario”, contra la “hegemonía global”, contra homogeneización y desarraigo de los pueblos por la apisonadora del mercado. Una revolución “inspirada por una religión de combate y sacrificio”. La Revolución iraní prefigura “la transfiguración del mundo”. Lo que vio Foucault en Irán, en 1978, es esa misma fuerza que el islam representa, y que hoy se encuentra en plena efervescencia a lo largo y ancho del planeta. La Revolución Islámica, lejos de haber sido derrotada, sigue su curso, con el permiso de Al-lâh.
Texto extraído del artículo "Democracia islámica en Irán: hacia un iÿtihâd colectivo", donde se cita una entrevista realizada al intelectual francés realizada por Claire Briére y Pierre Blanchet, "Irán: la revolución en nombre de Dios". Ed. Tierra Nova, 1980. Publicado por el sitio www.webislam.com.

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